La autobiografía más conocida de Hans Christian Andersen lleva por título Mi vida es un cuento de hadas, porque así se imaginó el largo camino que recorrería como un niño provinciano hasta convertirse, sin saberlo, en uno de los escritores más celebrados de Europa y más leídos en todo el mundo.
La vida de Andersen, sin lugar a dudas, estuvo llena de penurias desde su infancia, aunque muchas especulaciones se han tejido alrededor del hecho de que fue un hijo ilegítimo del rey Christian VIII de Dinamarca. Lo que sí sabemos es que su madre fue una lavandera analfabeta y su padre un zapatero, que se enrola en el ejército napoleónico y muere cuando Andersen tenía 11 años.
A pesar del poco contacto que tuvo con su padre, hay dos herencias fundamentales que recibe de él. Ambas serían decisivas para crear su mundo literario. Una de ellas, casi imperceptible, quedó en su memoria como una semilla dormida. En uno de sus paseos del domingo recuerda que su padre le dijo que todas las cosas: una brizna de paja, un escarabajo y hasta una aguja de zurcir tienen vida propia. ¡Qué impacto tendría este comentario para incubar en la imaginación del pequeño Andersen uno de sus recursos más celebrados! Y es que en sus cuentos muchos objetos (no solo animales) cobran vida, como el soldadito de plomo que se inflama de amor por la agraciada bailarina de papel. El otro legado que le entregó fueron los primeros rudimentos para construir y darle vida a un teatro de juguete, pasión que mantuvo durante su vida adulta y que lo llevó de la ciudad de Odense donde llegó a probar suerte en Teatro Real de Copenhague, la capital de Dinamarca.
Cuando Andersen escribió sus primeros cuentos de hadas, en 1835, ya era un autor consagrado, especialmente por sus novelas, sus poemas y sus guías de viaje. Al principio, la crítica a estos cuentos fue extremadamente desfavorable, incluso se utilizaron adjetivos muy fuertes para referirse a estas historias como dañinas o indelicadas. A pesar de ello, Andersen siguió publicando nuevos cuentos, algunos de origen tradicional y otros creados por él.
Pronto, estas historias, como sus personajes, se impusieron y se hicieron populares entre niños y adultos, en los palacios y en los salones de obreros. La fama del autor lo alcanzó en su madurez; durante sus viajes por distintos países de Europa se movió en círculos palaciegos y mantuvo amistad con otros escritores consagrados, como el inglés Charles Dickens.
En vida, Andersen tuvo una personalidad difícil y extravagante. Algunas de las fobias que lo persiguieron estaban vinculadas con su miedo a la muerte, por eso llevaba consigo una cuerda en caso de que en los hoteles que se alojaba se produjera un incendio y como le aterraba la idea de ser enterrado vivo, durante las noches dejaba una nota al lado de su cama donde escribía “Aunque parezco muerto, no lo estoy”.
Son famosos sus dibujos hechos en papel recortado. Siempre tenía a mano unas largas tijeras, que llevaba cuando era invitado a una cena. Y en medio de una conversación, doblaba un papel y moviendo sus manos con destrezas contra las pinzas de la tijera creaba maravillosos y delicados diseños, como un teatro imaginario que cobraba vida incesantemente.
Detalle de las guardas del libro El teatro de sombras del Sr. Andersen de LuaBooks elaboradas a partir de los recortes de papel originales de Andersen.
Los aportes de Andersen al territorio literario para niños son determinantes, no sólo porque hoy en día clásicos como La Sirenita, El traje nuevo del emperador, El soldadito de plomo, El patito feo y La reina de las nieves... forman parte del imaginario infantil, sino porque asumió en sus relatos la voz de un contador que involucraba a su audiencia. La entrada directa en acción, una moral cuestionable en cuanto al equilibrio entre el bien y el mal, un lenguaje literario con pinceladas poéticas, el uso de onomatopeyas y sonidos celebraron una forma muy personal de escribir, con melancolía, mucho sentido del humor y recursos del absurdo bastante ingeniosos.
La vida del autor encuentra en sus personajes y en sus historias una notable proyección: el rechazo permanente que sufrió durante sus primeros años, el deseo profundo de reconocimiento, sus orígenes humildes, un ideal de amor platónico, sus cambios de carácter, su fervor religioso, su vocación natural por los viajes y una convicción cáustica sobre la condición humana, no tan pura ni tan luminosa.
En la adaptación de Lizardo Carvajal se hace un homenaje al Sr. Andersen, ese hombre poco agraciado pero locuaz, que amaba el arte antiguo de contar historias, que nos dejó a todos los seres humanos un universo inagotable que hemos adoptado como propio. Y en estos cuentos maravillosos, suspendidos en el tiempo, aún podemos encontrar una auténtica forma de mirarnos, como en un espejo, como en un teatro, como en nuestra propia sombra.
Sobre las adaptaciones para El Teatro de sombras del Sr. Andersen.
Dos de las obras más conocidas de Hans Christian Andersen han sido escogidas para iniciar a los lectores en un mundo de luces y movimiento. Aunque conservan las secuencias más conocidas de los cuentos, imprimen una visión muy personal de cada historia porque colocan el acento en el poder de los niños para sublevarse al poder, privilegian el protagonismo de las niñas y trazan pinceladas de humor que aportan una visión más contemporánea.
Pulgarcita no es una niña que se somete pasivamente a su destino; mientras que la niña que acompaña el desfile del emperador desviste, literalmente, con la verdad lo que los adultos no se atreven a decir.
Si hay algo que resulta valioso en esta edición, es la adaptación al guion teatral, una manera de hacer visible lo esencial del texto narrativo, el uso de acotaciones y el manejo de recursos que seguramente darán al lector muchas pistas para entender cómo funciona el mundo del espectáculo.
Como aportes fundamentales del autor, en las adaptaciones se trazan acercamientos poéticos y reflexivos, que entretejen en estos relatos universales cuestionamientos sobre el influjo de la infancia y el derecho que tienen los niños a configurar su mundo desprovisto de reglas. Y el peligro de la ambición, de la vanidad y de la adulación.
Seguramente con esta experiencia el lector tendrá la oportunidad de hacer brotar la magia en las sombras que proyecta para darles una vida imaginada, pero también encontrará en el lenguaje otro encantamiento: reminiscencias a historias maravillosas y una mirada que les confirma que la infancia es un territorio que tiene su propia lógica, su propio regocijo y su propio poder.
Fanuel Hanán Diaz
Bogotá, marzo de 2019.