La vela
Un pequeño sol
Imagina que eres un niño de las cavernas de hace solo unos 20.000 años atrás. Estás vestido con piel de guepardo, pies descalzos y tienes tu melena alborotada. Es de noche y debes encender la luz para ir al baño. Pero no hay electricidad, no hay fósforos, no hay linternas, no hay nada para iluminar. Súbitamente un rayo cae y prende fuego en un árbol. Tomas una de las ramas encendidas. ¡Qué suerte! Has inventado a la mamá de la vela: la antorcha.
El problema de tu antorcha es que solo estará encendida por muy poco, con suerte no más de 15 minutos (tiempo suficiente para ir al baño). Ahora tendrás que inventar algo que dure un poco más y que lo puedas llevar contigo de una manera más segura. Pero para eso tendrás que esperar hasta el año 3000 antes de Cristo, cuando los egipcios inventaron las velas, esos “pequeños soles”.
Una idea brillante
La idea de la vela es muy sencilla pero bastante ingeniosa: consiste en hacer un cilindro con un combustible sólido, hecho de cera o sebo, (ya veremos cómo se hace esto) y en medio poner una mecha. Una mecha, o pabilo, es una cuerda que absorbe el combustible que se derrite por efecto del fuego. Así, el fuego va derritiendo poco a poco y alimenta el fuego junto con el oxigeno del aire. ¡Vaya idea asombrosa!
Peces, abejas, vacas y ballenas
El combustible que alimenta a estos “pequeños soles” ha sido hecho de muchos materiales. Una de las primeros fueron algunos peces ricos en grasa, como el eulacón que todavía es usado por los Nisga’a como iluminación. También se han hecho de la cera de abejas, la grasa de vacas y de ballenas. Para fortuna estos animales, en 1830 Carl Reichenbach descubre la formula de la parafina y hace que las velas sean más baratas y eficientes, aunque un poco tóxicas.
Aunque la invención de la bombilla en 1879, redujo el uso de velas, esos “pequeños soles” seguirán brillando como un símbolo del ingenio los humanos, que somos eso también: “pequeños fueguitos”, como dijo Eduardo Galeano.